Se trata de un método poco convencional ante el lento combate contra el cambio climático.
Toluca, Estado de México; 05 de octubre de 2020.- Los mares congelados han actuado como una gigantesca sombrilla que estabiliza el clima y ayuda a mantener el planeta en una temperatura habitable. Sin embargo, gran parte de ese hielo se está desvaneciendo rápidamente debido al calentamiento global.
El aumento en la temperatura atrapó al Ártico en un mecanismo autodestructivo: cuanto más caliente es el clima, más hielo se derrite y se transforma en agua, que al ser más oscura absorbe aún más radiación solar en lugar de reflejarla hacia el espacio. Al absorber más calor, las aguas causan mayor derretimiento, con lo que se genera más agua, que a su vez absorbe más calor, en un proceso que continuamente acelera la desaparición del hielo.
Ese círculo vicioso explica en parte por qué el ritmo de calentamiento en el Ártico es el doble que en el resto del planeta. Algunos científicos afirman que este ciclo ya está alterando los patrones climáticos a nivel global.
En julio de este año, la cobertura de hielo en el Ártico fue la menor jamás registrada en otros años, en el mismo mes.
Ante este panorama, una empresa sin fines de lucro en California, Arctic Ice Project o Proyecto de Hielo del Ártico, ha propuesto esparcir una capa fina de vidrio molido sobre el hielo para protegerlo de los rayos del Sol y permitir que se regenere.
Estamos tratando de quebrar el círculo vicioso y comenzar un proceso de recuperación”, señaló la ingeniera Leslie Field, directora técnica del proyecto y profesora de la Universidad de Stanford.
Restaurar el hielo marino permitirá que recupere su antigua función de acondicionador de aire del planeta, ayudando a combatir los efectos del calentamiento global, según Field.
Sin embargo, algunos científicos no ven con buenos ojos estas intervenciones tecnológicas en el sistema planetario, conocidas como “geoingeniería”, y aseguran que manipular la naturaleza podría causar daños aún mayores.
La absoluta falta de progreso en mitigación del cambio climático está abriendo espacio a la consideración de opciones de geoingeniería”, subrayó Emily Cox, investigadora de política climática y opinión pública sobre geoingeniería de la Universidad de Cardiff en Gales.
Cox advierte que la urgencia de actuar no resuelve el problema de la incertidumbre.
¿Qué haremos si algo no resulta bien, en especial en un ecosistema actualmente tan frágil como el Ártico?”, destaca Cox.
Field lanzó el Proyecto de Hielo del Ártico, antes conocido como ICE911, en 2008. Lo que más le preocupa es qué sucederá con el hielo más antiguo y de mayor grosor, que puede durar muchos años. Este hielo “maduro”, cegador por su blancura, tiene un índice de albedo muy alto.
Esto significa que refleja la luz solar con extrema eficiencia, mucho más que el hielo fino, reciente y más oscuro, que se derrite en verano y vuelve a formarse cada invierno polar. Este hielo fino ha disminuido un 95 por ciento en los últimos 33 años.
Para el proyecto, la ingeniera eligió un material reflector en sus experimentos: sílice u dióxido de silicio, un compuesto que se encuentra naturalmente en la mayoría de las arenas y es usado frecuentemente para fabricar vidrio.
Field encontró a un fabricante dispuesto a producir esferas o cuentas sílice de un tamaño de 65 micrómetros, más finas que un cabello humano, pero demasiado grandes para ser inhaladas y causar problemas pulmonares, según la experta.
Las diminutas esferas son huecas por dentro, por lo que flotan en el agua y siguen reflejando la luz solar incluso cuando el hielo comienza a derretirse.
Desde hace una década Field y sus colegas vienen esparciendo esferas de sílice sobre lagos en Canadá y Estados Unidos con resultados alentadores.
A pesar de la fe en su proyecto, Field no quiere cubrir todo el Ártico con vidrio. La ingeniera planea esparcirlo de forma estratégica en áreas muy vulnerables donde el hielo se derrite particularmente rápido.
Otros científicos concuerdan en que el uso de esferas de sílice es bien intencionado; sin embargo, la preocupación se centra en sus posibles efectos en el ecosistema del Ártico como en las criaturas que forman la base de la cadena alimenticia.
Además, dependiendo de la cantidad de luz que reflejen, las esferas de vidrio podrían impedir que la luz solar llegue al plancton fotosintético, como las diatomeas, algas que viven debajo y alrededor del hielo marino. Y es que cualquier cambio en la abundancia de plancton podría tener un impacto grave y afectar de forma impredecible peces, focas y osos polares.
Ante todas las posibilidades positivas y negativas en la naturaleza, la ingeniera y su equipo esperan realizar pronto más pruebas en lagos alimentados por agua marina en Alaska.
Mientras, el plan de Field también genera dudas financieras: ¿quién pagará el costo estimado anual de entre mil y 5 mil millones de dólares por la fabricación, transporte, distribución y tests de esferas para el estrecho de Fram? Puede parecer una cifra enorme, pero se ve pequeña en comparación con los US$460.000 millones que se estima que le costó a Estados Unidos los desastres y eventos climáticos extremos de 2017 a 2019, apuntó Field.
Con información de (AMX Noticias)